Curiosidades del Imperial Monasterio de San Clemente de Toledo.
Se desconoce su ubicación original, si bien ya debía de existir cuando en 1109 el arzobispo don Bernardo les entrega terrenos al otro lado del puente de San Martín, en lo que se conoce como La Solanilla.
Pertenece a la Orden del Císter, aquella rama que surgió a finales del siglo XI de la Orden Benedictina para retornar a la pureza de su origen, y que fue conocida como los monjes blancos por el color de sus hábitos, frente al negro de los benedictinos, los monjes negros.
Una de las principales celebraciones en este monasterio es la festividad de los Tres Monjes Rebeldes, el 26 de enero, llamada así por los fundadores de la orden: san Roberto, san Alberico y san Esteban; fueron los tres primeros abades consecutivos de la Orden del Císter.
Se llama Imperial Monasterio porque su fundación pudo deberse a Alfonso VII, quien hizo que su hijo Fernando, muerto prematuro, fuera enterrado en él. De su primera ubicación habría sido cambiado en numerosas ocasiones. Actualmente, descansa en el presbiterio de la iglesia, por encima de la reja de la sala capitular.
Artistas de gran renombre participan en el momento de las mayores obras de remodelación de este monasterio en el siglo XVI. Aquí participaron Alonso de Covarrubias, Felipe de Borgoña y Nicolás de Vergara el Mozo. Por cierto, una hija de este último, profesó en este monasterio una vez muerto su padre.
La iglesia original ocupaba un espacio distinto a la actual, en otro lado del claustro de las procesiones, y sería perpendicular a esta. Si pudiéramos superponer las dos, la antigua y la actual, formarían un ángulo recto, y el punto en común sería donde estaba el altar en la antigua y en la moderna.
Tras la muerte del infante don Luis de Borbón, Lorenzana escogió este lugar para que las dos hijas de aquel, María Teresa y María Luisa, fueran aquí instruidas. Aún existe, pero cerrado y encima de la sala capitular, el llamado Salón de las Infantas y una tribuna que comunica con la iglesia, desde la que ellas asistían a misa. María Teresa se desposó con Godoy, el Príncipe de la Paz, y tras trece años entre la paz de estos muros, fue a vivir a la Corte, donde Goya la retrató en el cuadro de La Condesa de Chinchón, aunque ya la había pintado dos veces antes, cuando de pequeña todavía vivía en Arenas de San Pedro con su padre.
El monasterio es un conjunto de edificaciones que tiene siete claustros y patios. No hay que olvidar que entonces la vida en los conventos era muy distinta a la actual; aún no existía la vida en común y los monasterios estaban integrados por numerosas células independientes presididas por una dueña, casi siempre con su pequeña cohorte de sirvientes.
San Clemente fue siempre muy favorecido por los nobles y los reyes. La clase noble consagraba sus hijas al Señor, así como lo eran las hijas de reyes, que recibían grandes beneficios. Además, desde sus primeros tiempos, este monasterio fue adquiriendo muchas propiedades y derechos: tierras, molinos, olivares, viñas, mesones, bodegas, cuevas, casas… Una de las propiedades más importantes fue la villa de Azután, que perteneció a San Clemente desde el siglo XII, y donde construyeron un puente, llamado de Pinos, por el que cobraban un peaje por el paso del ganado y del que recibieron rentas hasta el siglo XIX.
Entre los casos de las religiosas que han pasado por aquí rodeadas de leyendas, milagros o curiosidades, cabe mencionar a doña Constanza Carrillo (siglo XV), que cada vez que comulgaba quedaba en éxtasis y transformada en Cristo; muchas veces, cuando estaba en oración, la sorprendieron sus religiosas elevada de la tierra a un metro de altura. Cuando murió se oyeron melodías suavísimas como de ángeles. Otra Constanza, Barroso, según la tradición se encontró un niño en una de las escaleras; la abadesa le preguntó quién era, y el niño también le preguntó lo mismo. Ella dijo: <<Yo soy Constanza de Jesús>>, y él respondió: <<Yo soy Jesús de Constanza>>. Aún se recuerda ese hecho mediante una cruz en uno de los descansillos. Este milagro fue reconocido por el Vaticano y diversos Papas concedieron diversas gracias a las monjas de este monasterio.
El retablo de la iglesia no es el original, pues aquel fue quemado cuando, en 1556, una religiosa se dejó una vela encendida que provocó la destrucción de gran parte de la iglesia y del coro. Del retablo actual no se puede ver todo, ya que el templete que hay delante, neoclásico, tapa la escena de san Clemente y la de san Jerónimo.
Don Fernando de Silva había costeado la reconstrucción de la iglesia para ser enterrado en ella pero Felipe II declaró aquella compra nula para poder trasladar ahí los restos del hijo de Alfonso VII.
Entre las vírgenes de la iglesia, aparte de destacar en número la Asunción por ser la patrona de la Orden del Císter, cabe mencionar a la Virgen de la Aurora, patrona de los moteros, y la Virgen de la Salud, que no es la que da nombre a nuestro Hospital, ya que esa se encuentra en la iglesia de Santa Leocadia.
Este monasterio, en vez de espadaña, tiene torre con cuatro campanas. Una se empezó a resquebrajar y es la que se ve dentro de la iglesia, ya que se hizo una copia suya para que fuera colocada en la torre.
De la sillería original queda la silla abacial, con la representación de la Anunciación, y la de la priora con Isaías. El resto del trabajo de Felipe de Borgoña fue quemado y rehecho después del incendio de 1556.
Este coro sufrió mucho, puesto que durante la Guerra Civil fueron siete las bombas que cayeron sobre él. Fue la parte más dañada del monasterio durante ese episodio de nuestra historia.
Las monjas entraban con una dote pero hubo una madrileña que no tenía nada, y el modo en el que contribuyó fue con la promesa de que ella ejercería de organista todos los días de su vida.
La sala capitular tiene uno de los conjuntos de azulejos más importantes de Toledo, con el solado de lacería mejor conservado: una composición geométrica de lazo formada por cerámica de arista que destaca sobre el fondo de losetas de barro cocido sin vidriar, que forma la lacería con una cinta de azulejos formando cuadrados y grandes octógonos. Tiene un estrado perimetral de azulejería donde destacan los sillones cerámicos de la madre priora y la madre abadesa.
El Cristo de la Sala Capitular está atribuido a Gaspar Becerra; la leyenda dice que había una novicia que no estaba convencida de profesar y dudaba mucho. Continuamente entraba a rezar ante su tentación de querer irse, y un día, decidida a irse, se arrodilló y al ponerse a rezar le habló el Cristo y le dijo: <<María, ¿conque te vas y me dejas?>>. Entonces, lógicamente, ella se quedó y el Cristo permaneció con la boca abierta después de hablarle a María.
En el siglo XVIII el coro estaba en tan mal estado que se prohibió entrar en él y, al derribar el muro que da al claustro, vieron que los materiales reutilizados tras el incendio del XVI eran cascotes y maderos quemado, así que hubo que apuntalarlo y arreglarlo. Durante esa intervención descubrieron un gran nicho en el suelo con trece cadáveres de mujeres amortajadas con hábito, siete de las cuales tenían pergaminos con su nombre y fecha de defunción, y delante de su nombre ponía <<venerable…>>. Son las conocidas como las Trece Venerables de este monasterio.
Es considerado como la cuna del mazapán ya que, según la tradición, por una gran hambruna que hubo en 1213, tras la Batalla de Las Navas de Tolosa, estas religiosas se pusieron a hacer masa de pan y tortas de pan de almendra para los pobres. Las almendras las traían de sus tierras en Azután y Puente del Arzobispo.